sábado, 24 de abril de 2021

 En el vacunatorio de Garabito


No esperaba que me llamarán, ni tenía urgencia de que lo hicieran.  La verdad, no creo que la vacuna contra el COVID haga la gran diferencia en esta Pandemia.  Al final no se sabe ni por cuánto tiempo protege y se ha visto que, con toda y la vacunación completa, no hay garantía de inmunidad. 

 

Pero, bueno. Me llamaron para citarme ese mismo día en la tarde.  ¿Quiere venir a vacunarse?  Yay, sí.  Tenemos campo para la una, las dos o las tres.  Para la una está bien.  ¿Padece de alguna enfermedad? (¡No oye qué pregunté! -pensé-:  a estas edades lo que se debe preguntar es: ¿de qué enfermedades padece?).  Le confesé mis padecimientos, aunque me guardé uno que otro porque -creí yo-, no venían al caso. Le pregunté cuál era la vacuna.  La de la faicer.  Lo esperamos.  


He de decir que, si se trata de preferencias, prefiero la de la faicer y no la de Astrazeneca.  Aunque realmente preferiría la Spunik V.  ¿Porque me haya informado de sus bondades?  No, por simple nostalgia comunista.


Este hecho - el de mí vacunación- no podía pasar inadvertido.  De manera que, no más fui de compras al Mini-Super (¿han notado la contradicción entre estos dos términos?), se lo comenté a mi pulpera modernizada.  ¿Y usted se va a vacunar?  Sí.  Con enorme tacto comentó: yay don Franco… ¡y si se muere!  Si me muero no le vuelvo a hablar, le contesté bromeando, aunque, de vuelta a la casa, la duda sembrada tan arteramente empezó a crecer en mi cabeza.   


Llegué puntual al vacunatorio de Garabito.  Era evidente que los convocados ahí no éramos para nada jovencitos.  Muchas canas en el cabello, muchas arrugas en la cara y mucha flacidez y manchas en la piel. Bajo esa carpa que nos protegía del sol, se depositaron miles de años de experiencias.


La ansiedad por la espera empezó a desatar todo tipo de comentarios entre los impacientes pacientes: ¿cuál será la vacuna: la faicer o la Astra… cómo es que se llama? La que dicen que se puso el Ministro.  ¿Ustedes no vieron el video?  Ese en que se ve que cuando van a vacunar al Ministro, primero el líquido se ve transparente y, de repente, en otra toma, aparece de otro color, como rojito.  Para mí no se la puso, pura pantomima.  A mi hija, que vive en Europa (ya viene la rajadera) le pusieron esa tal Astra y casi la matan.  Es que ella trabaja allá.  Si se fue hace años y se casó con un alemán.  


Por fin llegaron las enfermeras vacunadoras: las únicas personas menores de treinta años en el sitio. Traían dos hieleras negras.  Una tenía un rótulo que rezaba:  Vacunatario de Garabito, Rebeca.  Ahí están los frasquitos, pensé.  Y eso de rotular con el nombre de una de las enfermeras… ¿será para que se haga responsable por si pasa algo?, me pregunté.  


Pasaron lista para saber si había deserciones.  Pero no, todos los de ésta  tanda éramos valientes.  


Nos dieron algunas instrucciones, pero lo que más dio de que hablar fue la indicación de que, una vez vacunados, teníamos que irnos a sentar por quince minutos a la otra carpa, a esa que se veía ahí al frente, por ahora despoblada.


 Esos quince minutos son fatales, se dejó decir un gordo charlatán.  ¿Por qué?, le preguntó una señora con cara de asustada. Es que durante esos quince minutos puede pasar cualquier cosa.  Después de semejante imprudencia el término que se viralizó por toda la carpa fue PATATÚS.   Aquí y allá se oí la explicación para los menos avispados:  es que lo mandan a uno ahí a esperar, por si le da un patatús.  Una señora con risa nerviosa -que solo se adivinaba en sus ojos, pues todos portábamos el famoso bozal-, preguntó: ¿y si a uno le da un patatús qué hacen?  Yay, dijo el imprudente, pues le soplan el culo.  Todos reíamos.


Empezó la vacunación.  Nadie lloró, nadie se rajó.  Tampoco a ninguno de nuestra tanda le dio ningún patatús.


                                                       Garabito, 22 de abril de 2021.