miércoles, 11 de septiembre de 2013

Miércoles de Hiel

(Re-edición)
El alarido paranoico de un dirigente sindical
ó de cómo se defiende con locura febril un poco de poder
       
Franco Benavides

Si uno ha estado por más de veinte años al frente de una organización en la que mi palabra es la ley y la genuflexión es el gesto más frecuente de mis “colaboradores”, pues, ¡qué carajo!, uno empieza a confundir los intereses propios, personales, egocéntricos, con los de la organización.  Entonces, cuando aparece alguien que no pertenece al pequeño y leal círculo de mi poder y me quiere sacar de “mi puesto”, lo tiendo a confundir con un “enemigo” de la organización, que tan dignamente represento desde el Diluvio para acá.

Ese fenómeno de confusión es frecuente, tanto que un sociólogo dice haber descubierto una ley que lo explica.  La  “ley de hierro”  le llama, según la cual todo dirigente al cabo de unos años de ocupar su cargo de manera incontestada y monopólica, se convierte en una especie de burócrata, con intereses propios y distintos de la organización que dice representar(1).

 Se han dado casos en que un Líder se vuelve paranoico y cualquier conversación que sus colaboradores realizan a sus espaldas la interpreta como conspiración.  Y aunque sea pura imaginación, eso ha bastado para que se desaten purgas, tal vez no al estilo clásico de Stalin, con fusilamiento incluido, pero si con “despidos por pérdida de confianza”.

 Pero un Dirigente Eterno pierde lo que le queda de cordura cuando, frente a su indisputada autoridad centenaria -garantizada por enmarañados rituales electorales repetidos indefinidamente con el mismo resultado-, cuando, decimos, el Dirigente ve y no se imagina, que otro grupo ha encontrado un portillo para tener acceso a la santidad de “su” organización.   

  Entonces, el Líder, que se cree pastor de ovejas asediadas por un hambriento lobo, se torna furioso y recurre a todos los medios para sostenerse en su puesto.  Claro, lo primero que hace, confiando en la “Ley de Hierro”(2),  que tiene en poca aprecio la inteligencia de las bases de las organizaciones, es acusar a sus competidores de querer destruir a la organización, de ser agentes de una maléfica secta, de ser unos intrusos (aunque paguen puntualmente, como todo afiliado, la cuota de su organización).

 Esta Ley, la de confundir intereses personales con los de la organización, no es una ley fatal, como no lo es ni siquiera la Ley del Gravedad.   Ya sabemos que todo lo sube no tiene por qué bajar, por lo menos no en caída libre.  Los aviones demuestran que esa ley se puede contrarrestar.  Igual puede suceder con la “Ley de Hierro”: si se facilita el ejercicio democrático al interior de las organizaciones, incluyendo una verdadera y libre participación de las bases en la elección de sus dirigentes pues…, bueno, no necesariamente surgirá una argolla que se crea la dueña y señora de la organización.

 Moraleja: El Líder debe ser un humilde servidor y entender que está para servir a la organización y que aunque la adore como a sí mismo, no son la misma cosa… ergo:  ¡algún día se deberá separar de su puesto, aunque le duela y crea que él es el único que se lo merece!
Heredia, 5 de junio del 2013.

(1) Robert Michels realiza un interesante estudio denominado “Los partidos políticos”, donde fórmula su famosa “ley de hierro dela oligarquía”.  Tal  ley dice algo así:  “Los líderes, aunque en principio se guíen por la voluntad de la masa y se digan revolucionarios, pronto se emancipan de ésta y se vuelven conservadores. Siempre el líder buscará incrementar o mantener su poder, a cualquier precio, incluso olvidando sus viejos ideales.”  http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_hierro_de_la_oligarquia#Ley_de_hierro_de_la_oligarqu.C3.ADa


(2) Este Michels realmente tiene poca fé en la “masa” y por eso sostiene que uno de los principios de su Ley de Hierro es: “…la propia psicología de las masas hace deseable el liderazgo, puesto que son apáticas, ineptas para resolver problemas por sí mismas; son agradecidas con el líder, y tienden al culto de la personalidad. Su única función sería, pues, la de escoger de vez en cuando a sus líderes.” (Idem).

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