martes, 8 de octubre de 2013

Animales que escupen
ó, cómo utilizar la saliva como contra-argumento.  

Franco Benavides

Proyectar con un fuerte soplido los fluidos bucales sobre otro ser vivo (escupir), es un mecanismo comúnmente empleado por una gran variedad de animales, para defenderse o para atacar. La llama, el camello y el guanaco, todos de la misma familia, acostumbran disuadir a quienes los molestan con un escupitajo. Una especie de cobra se defiende y ataca lanzando un escupitajo de veneno a los ojos de quien se le aproxima demasiado.  El pez arquero, en cambio, usa ese mecanismo como arma de caza: escupe chorritos de agua con tan buena puntería que las más de las veces se trae abajo a distraídos insectos que se posan sobre las ramas que bordean su charca.
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También el homo sapiens es un ser escupidor. Entre los seres humanos que más escupen están los deportistas. Nada más que su razón no es ni defensiva ni ofensiva.  Es más bien fisiológica: simplemente la sudoración les espesa la saliva y para deshacerse de esa sensación de pegajosidad en su boca se les ve escupiendo a diestra y siniestra.  El escupir también es símbolo de un tipo de masculinidad: los machos dominantes escupen en todas partes y para eso siempre llevan un cúmulo de saliva en su jeta (en eso se parecen a los perros que nunca descargan de una solo vez su vejiga, para ir marcando sus dominios con un
contenido y cadencioso chorrito de orina) .
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Pero de todos los animales, el ser humano es el único que ha convertido el escupir en una especie de ofensa moral.  Lanzar un poco de saliva al rostro de otra persona -previamente acumulada en la boca para tal efecto- es una de las muestras de desprecio y a la vez, un medio de ofensa moral como muy pocos hay entre la gran variedad de gestos ordinarios, chabacanos, de mal gusto y poco elegantes.  
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Ciertamente ese gesto de desaprobación y ofensa moral ya forma parte de costumbres muy primitivas y en franco desuso; salvo, claro,  en los niños entre los cuales es un tanto frecuente escupir al prójimo como señal de desaprobación.
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Al niño se le perdona que procure dirimir sus diferencias disparando cuechas a su contrincante, porque su auto-control es apenas incipiente.   Pero cómo podemos catalogar a un adulto que en medio de una discusión política lance escupitajos a modo de contra-argumentos.                        


Heredia, 8 de octubre del 2013.

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