“Señorías”
ó de cómo imitando la majestad se puede caer en el ridículo
Franco Benavides

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Lo normal entre nosotros ha sido el trato de “compañeros” y, cuando no
se quiere tanta intimidad, el de “señores”.
Pero, bueno, seguramente con esto de la inmediatez global, nuestros
diputados, ansiosos por aprender aunque sea las formas ajenas, han devorado
horas repasando el parlamento español. Les
habrá parecido elegante el llamarse entre sí “señorías” aunque esa voz dentro
de nuestra Asamblea Legislativa suene tan impostada como el “tu” que empieza a
gustar tanto en las escuelas y los hogares costarricenses.
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Habría que decir en favor de los diputados que han adoptado ese decir
que, como fieles representantes de los ticos, son aficionados a adoptar lo foráneo
por una especie de complejo de inferioridad que tiene lo ajeno en mejor estima
que lo propio. Nada más hay que ver lo
poco elegante que se nos ocurre eso de llamar tienda a las tiendas; sin
mencionar la nominación de nuestras propias criaturas: ¿por qué Josés
Joaquínes pudiendo llamarlos Maicoles
Estivenes?
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Solo espero que eso de llamarse entre sí “señorías” no se convierta en
una exigencia de su parte para el resto.
No puedo imaginarme diciéndole a algunos de esos diputados y diputadas,
que apenas si pueden hilar dos o tres frases cortas con buena sintaxis; no me
imagino llamándolos con el apelativo de “señoría”. Perdón pero si en España, no
necesariamente por mérito y más por costumbre, los representantes
parlamentarios gustan decirse a sí mismos “señorías”, aquí, en nuestro país, en
el poco elegante y culto espacio de la Asamblea, eso suena tan artificial como
que, en lugar de pedirles besos, a las muchachas le diera por rogarles ósculos
a sus amigos con derecho.
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En fin, diputadas y diputados: que si se quieren seguir llamándose unos
a otros “señorías”, sepan que, no por mucho llamar corcel a un rústico jamelgo,
éste se torna más fino.
Heredia, 7 de marzo de 2016.
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