viernes, 3 de enero de 2014

El perfecto idiota
Ó, del peligro de tomarse unas vacaciones demasiado en serio


Unas vacaciones de fin y principio de año pueden tener un efecto reparador o desastroso en el alma del vacacionista.  Vean que digo en el alma y no en el cuerpo.  Por tanto no hablaremos del devorar tamales y del beber etílicos como si efectivamente creyésemos que el fin del  mundo se acercaba.   Unos kilos de más en un cuerpo acostumbrado a cargar sobrepeso no es asunto como para quitarnos el sueño de navidad.
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 No; hablo del efecto que ha dejado esta Navidad y Año Nuevo en esa cosa in-conocible que llaman Alma y en su expresión más vistosa, la Mente.  A dos días de retornar a la Oficina estoy tratando de desprenderme de este letargo pegajoso en el que me enredé y como que no voy a poder. 
Lo que más me preocupa es que casi he quedado analfabeta por desuso (de hecho esto se lo he tenido que dictar a mi hija que amablemente accedió a sustituirme en el teclado).   Confieso que durante las vacaciones no leí ni un solo libro de los tres que hacen fila en mi resentida biblioteca.  Ni un libro ni un periódico.   No, desde el 21 cerré los libros y abrí contento la vida.   Bueno, no tanto la vida como la Tele. 
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Vi todos los programas que tan diligentemente nos prepararon para nuestro provecho cultural.  Cada elaborado capítulo del Divino Chinamo y cada edición de los Toros a la Tica, sin importar el canal de trasmisión, porque en esto de la Tele no tenemos por qué guardar fidelidad.  Y como me quedaban algunos huecos en mi itinerario de vida…, pues vi todas las películas pirateadas que he acumulado por años, con la única condición de que estuvieran dobladas al español (aún no he dicho que  me propuse como meta no leer absolutamente nada, ni los rótulos de las tiendas en que compré con ansiedad feroz cualquier cosa que me gustara o que, eventualmente, me gustará).
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También escuché música, pero eso sí, de la que va acompañada con esas peliculitas cortas y vistosas que hacen ahora.  Ya no me satisface sencillamente oír la música.  Ahora necesito usar mis ojos para disfrutarla.  Hasta estuve pensando en deshacerme de mi equipo de sonido y cambiarlo por esos tales teatros caseros (y no lo digo en inglés porque sería presumir estando en esta condición).  Con lo que me dieran por ese primitivo aparato de música, ajustándolo con la venta de garaje mediante la cual pensé, seriamente, deshacerme de mis libros, hubiera adquirido –con el concurso salvador de mi tarjeta de crédito- una súper pantalla gigante con todo su aparataje rompe-cocos en estéreo.
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Ahora siento cierta náusea cuando veo esas acumulaciones de libros que llaman bibliotecas.  ¿Para qué leer si ahora existen Discovery y History Channels, si es que se trata de ilustrarse?  Ahora conozco el gusto de jugar ese juego tan bonito que se llama “el que piensa pierde”.  ¿Y saben qué?  Siempre gano. ¡Chutéela!
Dictado en Heredia el 4 de enero del 2013


Post data:   Lo hunico que hextrañe y con lo cual me uviera realisado enteramente como zer umano, fueron  nuestros escalofriantes partidos de fútvol, cienpre aconpañados de la intelijente y horientadora narrasión a la tika (perdon por las faltas hortografikas pero es que esto lo tube que escrivir llo zolito).

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